Con la cabeza posada en el cabecero mullido de la bañera, Elisa se sumergía en sus pensamientos al igual que lo hacía ella en el agua. El olor a frambuesa recién cortada impregnaba su piel tersa, no dejando respirar algunos de los poros, que se ahogaban tanto como ella misma se hundía en la espuma blanca, dejando que se apoderara la esperanza de que aquellas penas que tenía encima no sobrevivieran en el fondo del agua, y que una nueva etapa más llegara sin llamar a la puerta.
Quizás le daba demasiadas vueltas a las cosas. Elisa creía que en su día, no supo afrontar bien algunas situaciones, y es por eso que esta en una espiral sin final metida la cual era la bipolaridad. Nunca ha podido ser peligrosa, ni tampoco lo será. Pero tiene piedras en su camino, y con ellas tropieza. Elisa las utiliza como excusa para hacerse daño a si misma, y culparse de todo lo que pasó.
Sumergiendo aquel pelo lacio de color oro, recapacitaba sobre todo un poco. No era propio en ella tener el cabello lacio, aunque después de algunos días sin tomar un baño, era esa la apariencia que representaba.
Mientras se aclaraba el jabón que tenía en la cabeza, se fue sintiendo mucho mejor con ella misma. Comenzó a cantar sin parar, el baño tomó otro aspecto. Embadurnada aquel olor de frambuesa como si en la propia sala plantaran una hilera enorme de frambuesos frescos, y que hace escasos momentos habían sido regados por el agua que utilizaba Elisa con la ducha. "Comenzaré a secarme", pensó ella.
Bajaba las escaleras de dos en dos, dando saltitos cual niña pequeña a punto de ir al cine. Llevaba un vestido veraniego por encima de la rodilla y de tela de lino, en tonos blancos y amarillos, y un cinto fino de cuero marrón para ajustar su diminuta cintura.
- Gloria, dame mi bolsa de las frutas, iré a recoger frambuesas -se le dibujó en la cara una grande sonrisa. Elisa tenía una obsesión por aquella fruta, quizás por su textura única, o por su olor exótico...
Sus pies eran firmes a cada paso que daba. Cualquiera que la hubiera visto dias atrás estaría seguro de que aquella chica que caminaba por el campo no era Elisa. No dudaba de sí misma. Confiaba en todas sus decisiones, y no tenía miedo de tomarlas. Era así como se sentía en ese momento. Tarareaba una bella canción de moda y pegadiza, que habían echado en la radio días anteriores. Parecía una dulce hadita buscando frambuesas de aqui para allá, y dando breves saltitos. Su pie enredó con una rama deformada que del propio suelo salía, y se cayó de bruces. Soltó un chillido reprimido del daño que se hizo en los brazos al protegerse la cara y los ojos con ellos. Escuchó como la bolsa salió despedida pasos más adelante de ella. "Maldita rama", pensó. Abrió los ojos e incorporó la cabeza para ver dónde había quedado la bolsa y poder levantarse, y Elisa se quedó atónita. La rodeaba un mundo totalmente distinto. Un bosque frondoso con árboles enormes comenzó a ver, un olor diferente al campo en el que estaba, tenía un aroma a árboles frescos. Todo esta demasiado oscuro y confuso. Empezó a ponerse demasiado nerviosa.
Sus ojos no podían creer lo que veían. Una persona rodeada de un halo un tanto azulado, como si de una maquina de humo se tratara. Quizás Elisa se volvía loca buscando aquella maquina, pero no podía ver alguna cosa así. Estaba sin poder reaccionar, ni moverse de aquel suelo que la estaban destrozando las rodillas. Se la clavaban las piedras pequeñas y las ramas por sus piernas, dejándole la piel tan roja como el tomate. La sombra comenzó a moverse, Elisa divisaba como aquel rostro imposible de imaginar se le acercaba paso a paso, cada golpe y ruido de las zancadas estaban marcadas por los segundos, como si quisieran hacer musica por su propia cuenta. La tez de aquel ser iba aclarandose a medida que se acercaba. Y cada vez Elisa estaba más y más asustada. Su piel era de un tono azulado, y sus orejas... ¿es que Elisa no veía fin a esas orejas? Eran tan puntiagudas y tan largas como un dichoso alfiler, como el que veía a su madre coser cuando ella era pequeña. Sus manos eran enormes. ¿Y su estatura? Elisa le creía capaz de jugar al baloncesto. Lucía un pelo tremendamente liso y azulón tirando hacia morado, con olor a lavanda. Si cerraba los ojos y prestaba atención a su olfato, Elisa podía asegurar que ese extraño del bosque tenía una gran obsesión y tomaba baños todo el día con lavanda fresca, pues el olor que desprendía era intenso, pero agradable.
Sintió que la cogía entre sus brazos fornidos, y ya no recuerda más.

