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jueves, 7 de junio de 2012

Capítulo 1.

Todo estaba preciso. Todo estaba bien. Hasta que algo fuerte e inevitable se apoderó de ella. Las horas pasaban y seguía en el mismo sillón de siempre. No cambia de postura, no cambia de cara. No cambia de nada... Su ropa llevaba sin lavarse semanas, quizás meses. Tenía un olor viciado, y las únicas manchas que tenía era de lágrimas mezcladas en pena. No recuerda la noche en la que se sentó, pero nunca más decidió levantarse excepto para ir al baño. En sus dedos habían cicatrices. Marcas que por sí solas hablaban. Contaban su vida con solo mirar el aspecto de ellas. Contaban como habían sido creadas, y la amargura que tenían. Y por supuesto, contaban su propio dolor. A pesar de tener la piel de porcelana, aquellos días estaba mas pálida de lo normal. Se hallaba en un pobre y viejo sillón, roto y arañado por aquel gato negro que tenía, en medio del porche de su casa. De lo único que disfrutaba era de la brisa marina que corría sobre su tez, y que tanto la gustaba oler. La gente del pueblo se acercaba para ver que la había ocurrido, pero ella apenas hablaba. Quizás alguien podría ser el afortunado de escucharla hablar, pero sería con respuestas cortas. No se cansa de sus posturas, y tampoco se cansa de sus heridas. Las heridas que muchos niños la hacían al tirarla piedras hacia el porche. Cuando esto ocurría, ella se tapaba con una manta vieja de su abuela, medio rota por los años, y se dedicaba a llorar cuando no la veían. Envuelta en sudor, entre horas, dormía con sueño ligero. No quiere mirar hacia atrás, tampoco hacia delante. Ella está estancada.

- Elisa, llevas varios días ahí sentada, ¿porqué no te levantas y entramos? Cogerás frío-escuchó una voz.

¿Días? A Elisa la parecían meses, incluso años.
Levantó la cabeza, destapando los secretos de sus ojos tristes. Vestían unas ojeras tan grandes como si fueran volantes viejos que cuelgan de un antiguo vestido abultado y pesado de la edad media. Si a Elisa la costaba levantarse de aquel sillón, apuesto a que eran solo por sus ojeras marcadas.
Con solo oir aquella voz, Elisa suponía que era la sirvienta. Gloria llevaba trabajando para ella desde que tenía uso de razón. Sus padres murieron en un accidente cuando tan solo tenía nueve años. Y ellos fueron quienes la contrataron seis años antes de su muerte. Desde entonces, Gloria cuida de Elisa como si fuese su propia hija sin sueldo alguno.
La vieja sirvienta la cogió de los dos brazos con sus manos como si se tratara de una muñeca de trapo, y tras varios intentos consiguió lograr que Elisa se sostuviera por si misma.

- Escúchame Elisa, si no piensas en ti, ¿quién lo hará? -ella levantó la cabeza hacia Gloria y la miró con sus ojos húmedos-, solo es un bajón, siempre te pasa. Ahora ponte en pie y vuelve a comenzar pensando en positivo. Eres jóven, y tienes una vida que vivir-la zarandeó de delante hacia atrás-. Nada te puede parar.

Elisa quitó sus manos con agresividad, se secó las lágrimas y entró en casa. Se dirigió a la cocina, abrió el armario mugriendo a punto de caerse su puerta y sacó sus pastillas de la caja de medicinas. Gloria la tendió agua.

- Así es, muchacha, te hará sentir mejor-la dijo la pobre sirvienta sonriendola.

Elisa la miró extasiada, con los brazos extendidos sobre la encimera. Apoyando el peso de su cuerpo sobre ellos, informó a su sirvienta.

-Por favor Gloria, ve preparandome un baño-y salió por la puerta de la cocina para recoger su ropa limpia.

Elisa es una chica diferente, es especial. Amigable pero con carencia de amigos. A menudo tenía bajones como éste. A menudo veía el mundo tan negro como éstos días atrás. Y a menudo, no se sentía útil para nadie. Cambió radicalmente de forma de ser, después de morir sus padres. Con tan solo doce años la diagnosticaron una enfermedad, que no la permite hacer bien su día a día si no se medica. Elisa sufre bipolaridad.

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