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jueves, 14 de junio de 2012

Capítulo 2.

Capítulo 1 (Click aquí)


Con la cabeza posada en el cabecero mullido de la bañera, Elisa se sumergía en sus pensamientos al igual que lo hacía ella en el agua. El olor a frambuesa recién cortada impregnaba su piel tersa, no dejando respirar algunos de los poros, que se ahogaban tanto como ella misma se hundía en la espuma blanca, dejando que se apoderara la esperanza de que aquellas penas que tenía encima no sobrevivieran en el fondo del agua, y que una nueva etapa más llegara sin llamar a la puerta.
Quizás le daba demasiadas vueltas a las cosas. Elisa creía que en su día, no supo afrontar bien algunas situaciones, y es por eso que esta en una espiral sin final metida la cual era la bipolaridad. Nunca ha podido ser peligrosa, ni tampoco lo será. Pero tiene piedras en su camino, y con ellas tropieza. Elisa las utiliza como excusa para hacerse daño a si misma, y culparse de todo lo que pasó.
Sumergiendo aquel pelo lacio de color oro, recapacitaba sobre todo un poco. No era propio en ella tener el cabello lacio, aunque después de algunos días sin tomar un baño, era esa la apariencia que representaba.
Mientras se aclaraba el jabón que tenía en la cabeza, se fue sintiendo mucho mejor con ella misma. Comenzó a cantar sin parar, el baño tomó otro aspecto. Embadurnada aquel olor de frambuesa como si en la propia sala plantaran una hilera enorme de frambuesos frescos, y que hace escasos momentos habían sido regados por el agua que utilizaba Elisa con la ducha. "Comenzaré a secarme", pensó ella.

Bajaba las escaleras de dos en dos, dando saltitos cual niña pequeña a punto de ir al cine. Llevaba un vestido veraniego por encima de la rodilla y de tela de lino, en tonos blancos y amarillos, y un cinto fino de cuero marrón para ajustar su diminuta cintura.

- Gloria, dame mi bolsa de las frutas, iré a recoger frambuesas -se le dibujó en la cara una grande sonrisa. Elisa tenía una obsesión por aquella fruta, quizás por su textura única, o por su olor exótico...




Sus pies eran firmes a cada paso que daba. Cualquiera que la hubiera visto dias atrás estaría seguro de que aquella chica que caminaba por el campo no era Elisa. No dudaba de sí misma. Confiaba en todas sus decisiones, y no tenía miedo de tomarlas. Era así como se sentía en ese momento. Tarareaba una bella canción de moda y pegadiza, que habían echado en la radio días anteriores. Parecía una dulce hadita buscando frambuesas de aqui para allá, y dando breves saltitos. Su pie enredó con una rama deformada que del propio suelo salía, y se cayó de bruces. Soltó un chillido reprimido del daño que se hizo en los brazos al protegerse la cara y los ojos con ellos. Escuchó como la bolsa salió despedida pasos más adelante de ella. "Maldita rama", pensó. Abrió los ojos e incorporó la cabeza para ver dónde había quedado la bolsa y poder levantarse, y Elisa se quedó atónita. La rodeaba un mundo totalmente distinto. Un bosque frondoso con árboles enormes comenzó a ver, un olor diferente al campo en el que estaba, tenía un aroma a árboles frescos. Todo esta demasiado oscuro y confuso. Empezó a ponerse demasiado nerviosa.

Sus ojos no podían creer lo que veían. Una persona rodeada de un halo un tanto azulado, como si de una maquina de humo se tratara. Quizás Elisa se volvía loca buscando aquella maquina, pero no podía ver alguna cosa así. Estaba sin poder reaccionar, ni moverse de aquel suelo que la estaban destrozando las rodillas. Se la clavaban las piedras pequeñas y las ramas por sus piernas, dejándole la piel tan roja como el tomate. La sombra comenzó a moverse, Elisa divisaba como aquel rostro imposible de imaginar se le acercaba paso a paso, cada golpe y ruido de las zancadas estaban marcadas por los segundos, como si quisieran hacer musica por su propia cuenta. La tez de aquel ser iba aclarandose a medida que se acercaba. Y cada vez Elisa estaba más y más asustada. Su piel era de un tono azulado, y sus orejas... ¿es que Elisa no veía fin a esas orejas? Eran tan puntiagudas y tan largas como un dichoso alfiler, como el que veía a su madre coser cuando ella era pequeña. Sus manos eran enormes. ¿Y su estatura? Elisa le creía capaz de jugar al baloncesto. Lucía un pelo tremendamente liso y azulón tirando hacia morado, con olor a lavanda. Si cerraba los ojos y prestaba atención a su olfato, Elisa podía asegurar que ese extraño del bosque tenía una gran obsesión y tomaba baños todo el día con lavanda fresca, pues el olor que desprendía era intenso, pero agradable.
Sintió que la cogía entre sus brazos fornidos, y ya no recuerda más.


jueves, 7 de junio de 2012

Capítulo 1.

Todo estaba preciso. Todo estaba bien. Hasta que algo fuerte e inevitable se apoderó de ella. Las horas pasaban y seguía en el mismo sillón de siempre. No cambia de postura, no cambia de cara. No cambia de nada... Su ropa llevaba sin lavarse semanas, quizás meses. Tenía un olor viciado, y las únicas manchas que tenía era de lágrimas mezcladas en pena. No recuerda la noche en la que se sentó, pero nunca más decidió levantarse excepto para ir al baño. En sus dedos habían cicatrices. Marcas que por sí solas hablaban. Contaban su vida con solo mirar el aspecto de ellas. Contaban como habían sido creadas, y la amargura que tenían. Y por supuesto, contaban su propio dolor. A pesar de tener la piel de porcelana, aquellos días estaba mas pálida de lo normal. Se hallaba en un pobre y viejo sillón, roto y arañado por aquel gato negro que tenía, en medio del porche de su casa. De lo único que disfrutaba era de la brisa marina que corría sobre su tez, y que tanto la gustaba oler. La gente del pueblo se acercaba para ver que la había ocurrido, pero ella apenas hablaba. Quizás alguien podría ser el afortunado de escucharla hablar, pero sería con respuestas cortas. No se cansa de sus posturas, y tampoco se cansa de sus heridas. Las heridas que muchos niños la hacían al tirarla piedras hacia el porche. Cuando esto ocurría, ella se tapaba con una manta vieja de su abuela, medio rota por los años, y se dedicaba a llorar cuando no la veían. Envuelta en sudor, entre horas, dormía con sueño ligero. No quiere mirar hacia atrás, tampoco hacia delante. Ella está estancada.

- Elisa, llevas varios días ahí sentada, ¿porqué no te levantas y entramos? Cogerás frío-escuchó una voz.

¿Días? A Elisa la parecían meses, incluso años.
Levantó la cabeza, destapando los secretos de sus ojos tristes. Vestían unas ojeras tan grandes como si fueran volantes viejos que cuelgan de un antiguo vestido abultado y pesado de la edad media. Si a Elisa la costaba levantarse de aquel sillón, apuesto a que eran solo por sus ojeras marcadas.
Con solo oir aquella voz, Elisa suponía que era la sirvienta. Gloria llevaba trabajando para ella desde que tenía uso de razón. Sus padres murieron en un accidente cuando tan solo tenía nueve años. Y ellos fueron quienes la contrataron seis años antes de su muerte. Desde entonces, Gloria cuida de Elisa como si fuese su propia hija sin sueldo alguno.
La vieja sirvienta la cogió de los dos brazos con sus manos como si se tratara de una muñeca de trapo, y tras varios intentos consiguió lograr que Elisa se sostuviera por si misma.

- Escúchame Elisa, si no piensas en ti, ¿quién lo hará? -ella levantó la cabeza hacia Gloria y la miró con sus ojos húmedos-, solo es un bajón, siempre te pasa. Ahora ponte en pie y vuelve a comenzar pensando en positivo. Eres jóven, y tienes una vida que vivir-la zarandeó de delante hacia atrás-. Nada te puede parar.

Elisa quitó sus manos con agresividad, se secó las lágrimas y entró en casa. Se dirigió a la cocina, abrió el armario mugriendo a punto de caerse su puerta y sacó sus pastillas de la caja de medicinas. Gloria la tendió agua.

- Así es, muchacha, te hará sentir mejor-la dijo la pobre sirvienta sonriendola.

Elisa la miró extasiada, con los brazos extendidos sobre la encimera. Apoyando el peso de su cuerpo sobre ellos, informó a su sirvienta.

-Por favor Gloria, ve preparandome un baño-y salió por la puerta de la cocina para recoger su ropa limpia.

Elisa es una chica diferente, es especial. Amigable pero con carencia de amigos. A menudo tenía bajones como éste. A menudo veía el mundo tan negro como éstos días atrás. Y a menudo, no se sentía útil para nadie. Cambió radicalmente de forma de ser, después de morir sus padres. Con tan solo doce años la diagnosticaron una enfermedad, que no la permite hacer bien su día a día si no se medica. Elisa sufre bipolaridad.

martes, 6 de marzo de 2012

lunes, 5 de marzo de 2012

Los sentimientos...

Apenas podría explicar a un robot las miles de sensaciones que podemos guardar los humanos dentro de nuestro ser. Jamas entenderían esto. A veces todo es tan raro, que podría decir que los sentimientos es algo que viene de la química. Es tan difícil para nosotros mismos también. Es tan complicado entendernos que en ocasiones tenemos que llegar a las malas palabras y a los grandes desprecios. Pienso que los sentimientos aún no están tan bien estudiados. Es una parte de la cabeza un tanto inexplicable.


Y para inexplicable, ya están aquellos días en los que solo deseas sumergirte en una habitación con cadenas y cerrojos. Es ese instante en el que lo único que quieres hacer es cerrar una maldita puerta de metal sin ninguna perforación, y que todo lo que esté por venir se choque contra la puerta sin traspasarla. Que nada llegue a nuestro corazon. A veces necesitamos ese respiro...

domingo, 4 de marzo de 2012

Escribir, y más escribir.

El momento en el que me duela cada lado de la espalda, será cuando comiencen a salir mis tiernas alas dispuestas a ser útiles por mi y estar a mi servicio. El momento en el que las despliegue y sin pensarlo dos veces, eche a volar hacia lo alto del cielo. Y en cuanto divise con mis ojos ambar un lugar oscuro y extraño en el que poder reír, llorar y escribir estando sola, lo dejaré grabado con pluma en este diario.